junio 17, 2011

Uno





¿Tu crees que si te emborracho, me darías un beso?
preguntó él, ingenuamente.
- Mmm... si me emborracho puede ser que te dé un beso, pero si me lo pides sobria, posiblemente te dé unos cien.
Y siguieron caminando, por las empedradas calles, bajo la dulce luna que tenuemente iluminaba el reflejo de ambos en los cercanos charcos.
Él, goloso de cariños. Ella, callada y eternamente silente, con su mirada que a veces era vacía y a veces, tan enérgica que no habría persona en el mundo que se la pudiera sostener.
Solamente él.
Él, el arquero de las flechas rotas. El escudero fiel de tantos Don Quijotes. El que silenciosamente la juzgaba, queriéndola: dándole críticas cuando sabía que éstas no iban a doler.


Siguieron su camino rumbo a los altos edificios hasta donde ella habitaba. Mientras se aproximaban a esa puerta que el ya conocía en detalle (sólo que del lado que no era) veía que ya se aproximaba el fin de esta historia por la noche de hoy, mientras su cuerpo sentía que sus niveles de serotonina se iban a los avernos, a visitar a Cancerbero y echarle un hueso.


Reunir valor no servía de nada. Pensó.


Y ella lo miraba, y en su silencio, creaba mundos donde el traspasaba las fronteras físicas que los alejaban cada noche, y sus almas se besaban, y sus mentes se amaban en ese silencio íntimo de los amantes que se conocen a profundidad.


Estaban ya bajo el portal. Ella sintió como él la tomaba de la mano, le daba un beso en la palma, y con el alma vuelta una pasa, se dirigía a soñar con ella, a amarla como debía.


Ella se iría a dormitar, a pensar en su enamorado silente que cada noche le demostraba lo que sentía, pero que nunca tuvo el valor para abrir su alma, ni su mente ni su corazón.


Y así, mañana su historia empezaría de nuevo. Su memoria de pez dorado les permitía jugar, querer en silencio y morir de tristeza. Todo al mismo tiempo.


For nå tror jeg det.
Por ahora pienso así.


Rafa E. S. Pérez

junio 06, 2011

Sin título, y sin ánimo de buscárselo.

Eran pasadas las dos.
Eran buenos, calientes y peligrosos tiempos. Eran los High Times de Iribarren. Eran algo que más nunca volvió a ser, y que cada vez que pensamos en ellos, los recordamos con algo de melancolía, y a veces llega a nuestro cerebro ese olor que entraba por la ventana abierta del carro cuando ya estás llegando a la playa, pasando por los primeros restaurantes de la costa, cuando ya estás un poco lejos de Yaracuy. Ese olor salado, aunado a esa sensación de sal húmeda pegada sobre tu piel. ¿Cuantas veces hice ese viaje? ¿Cincuenta? ¿Cien? ¿En cuantos carros? Ford, Ford, Chevrolet, Toyota, Toyota, Toyota, Chevrolet, Chevrolet, Toyota... y tal vez otra vez Chevrolet, Ford y Toyota. Aún en mi corazón siento el sabor en la boca del aire playero de Falcón. Y el aire seco de cuando voy llegando a Barinas. Y el calor infinitesimal de Ciudad Bolívar, con su sol que derrite acero. Y kilómetros rodados, y pensamientos pensados, y sonrisas que vuelven a alegrar mi cara de Venezolano alejado. Y entre la lluvia y el frío, el calor de mis sonrisas me hace sentir vivo, otra vez. Y la brisa de la carretera ya no está. Ni la polar, ni el carro. Pero tampoco la incertidumbre. He aquí una tensa paz de mentes cuadradas y corazones que ayudan todo lo que pueden, cuando pueden. Cada paso dado es un paso más cerca del final. Dios nos puso montañas en el camino para que aprendiéramos a escalar.
Estoy hecho de luz, de energía y tengo vida y fuerza para esto y para más.



For nå tror jeg det.
Por ahora pienso así.

Rafa E. S. Pérez

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